Blog por la Restauración de la Sagrada Liturgia y la Doctrina genuina según el orden Solemne ADeum

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Lenta apuesta pero con suma eficacia y mucha prudencia por parte de los expertos Cardenalicios

jueves, 13 de mayo de 2010

Una más de Felipito... ups! perdón del Reverendo Padre Felipe Berrios... Sacerdote Jesuita (como los de ahora)

El pasado miércoles 14 de abril la Universidad Católica recibió la visita del sacerdote jesuita y actual capellán de Un Techo Para Chile, Felipe Berríos. Se le entrevistó frente a un concurrido auditorio de alumnos, en donde se pudo intercambiar opiniones sobre un tema en el que ha tenido vasta experiencia: la participación social de los jóvenes en el mundo de hoy. Como era de esperar, sus dichos no estuvieron exentos de polémica, y el alcance de la conversación llegó a ámbitos que escapaban radicalmente al propósito original.

En lo personal, creo que son muchas las facetas de la vida y obra de este sacerdote que hacen despertar valiosas inquietudes en nuestra sociedad. Difícilmente se ha visto en nuestro país alguna iniciativa de ayuda social que logre tener el impacto cultural y material en la sociedad que ha tenido Un Techo Para Chile. Para bien en muchas cosas, no tan para bien en varias otras; lo único indesmentible es que el auge y estilo del voluntariado juvenil que se vive hoy en Chile está marcado decisivamente por el carisma del padre Felipe Berríos.

En un comienzo, la conversación se pudo llevar por todos esos temas en que la palabra del P. Berríos logra calar, con toda razón, en lo profundo del corazón de los chilenos. La injustificada exclusión y discriminación social de que son víctima ciertos sectores sociales; la injusta categorización que comúnmente hacemos de las personas a partir de meras consideraciones raciales, socio-económicas o culturales; la falta de equidad en la repartición de los bienes materiales que existe en Chile; el grosero despilfarro de los recursos públicos y el absurdo afán de figuración que se ve en nuestra clase política; el tráfico de influencias y los arbitrarios privilegios que muchas veces rigen el funcionamiento de nuestro sistema laboral; o el sesgo y la generalizada inconciencia que existe en todo el mundo respecto de los miles y millones de seres humanos que aún no disponen de las condiciones materiales básicas para lograr un desarrollo auténticamente humano en sus vidas. En definitiva, un fuerte remezón que llama a salir de la «burbuja post-moderna» que impide preguntarse para qué estamos realmente en este mundo, cuál es nuestra misión de vida y cuales son la verdaderas y auténticas prioridades en un sistema que parece cada vez más difuso y carente de sentido.

Sin embargo, todas estas valiosas interpelaciones se van derrumbando cuando nos percatamos del confuso sustento filosófico y teológico que se les entrega. Usando un lenguaje sarcástico y muchas veces descalificador, con ironías que insultan a base de impresiones vagas o de juicios muy parcelados -acompañado todo de un uso muy burdo del lenguaje-, el padre Berríos no vaciló en criticar con mucha virulencia a la Iglesia Católica, en especial a la chilena, y en renegar o tergiversar sustancialmente ciertas verdades que son fundantes del Magisterio que inspira a una institución de la cual él es miembro activo y quizás uno de sus más importantes embajadores ante nuestra sociedad.

Fueron muchos los momentos en que la audiencia pudo sentirse confundida o sorprendida por lo que estaba escuchando. Quizás cuando el padre Berríos negó que San Alberto Hurtado invitara a los jóvenes a hacer oración antes de salir a ayudar a los más pobres; o tal vez cuando diferenció lo que para él significa «rezar» ayudando a los pobres, y lo que significa «orar» en una capilla, «como muchas veces lo tuvo que haber hecho el padre Maciel». Sin embargo, la problemática generalizada se instaló definitivamente cuando una persona del público formuló la siguiente pregunta (intentaré ser lo más fidedigno posible): «Padre, usted ha hablado de la exclusión, la discriminación y la enorme segregación social que existe hoy en Chile. ¿Cuál es la solución que usted propone para poder superar definitivamente todos estos conflictos?». Ante eso, él responde: «Bueno, quizás les pueda parecer raro, pero a mi parecer la única forma de remediar estos fenómenos es que deje de existir la educación privada y religiosa. ¿Por qué digo esto? Porque pienso que finalmente son los criterios religiosos, ya sea por la situación matrimonial de los padres o por su confesionalidad particular, los que muchas veces discriminan la entrada de un niño a determinados colegios, permitiendo que la exclusión y la segregación se haga presente en sus vidas desde muy pequeños.» Este no es un juicio fácil de comprender, sobre todo viviendo de la boca de un sacerdote de la Iglesia Católica y siendo emitido dentro de una institución que tiene dependencia directa del Vaticano. Así, continuó hablando de una Iglesia que, ya sea a través de sus parroquias o movimientos, aún no es capaz de involucrarse con las reales necesidades de los más pobres, y que concibe su rol evangelizador sólo en función los sectores más acomodados de la sociedad. Cuando se le preguntó acerca de la ausencia del sacramento de la Eucaristía en las actividades de voluntariado de Un Techo Para Chile, dijo: «Si celebro una misa en un campamento terminan comulgando sólo los voluntarios, porque los requisitos que se han puesto para comulgar están únicamente al alcance de la gente más rica. Por eso, si vemos que la Iglesia no responde a lo que la gente realmente necesita, debemos preguntarnos seriamente si queremos seguir teniendo una Iglesia clasista y elitista, y si los requisitos que hoy se establecen para un sacramento como la Eucaristía son verdaderamente los más adecuados». Tal cual: como si lo que se supone que realmente vale la pena, lo trascendente, lo inmortal, lo que da razón de ser a todo lo que nos rodea, se tuviera que adecuar a aquello que es sólo pasajero, a lo mundano, a lo perecedero.

Por otro lado, sorprendió mucho la confusa forma en que utilizó las Sagradas Escrituras para fundamentar sus opiniones. Por ejemplo, haciendo una analogía entre la crítica que hicieron a Cristo los Maestros de la Ley por realizar milagros en un día sábado y la constante crítica que él recibe por no respetar la opinión de la Iglesia en ciertos controvertidos. «En la parábola del buen samaritano, un clérigo y un levita, que equivalen a lo que hoy serían personas que son católicos porque se saben el Catecismo de memoria, ignoran a la persona necesitada que se cruzan en el camino. Sin embargo, un samaritano, que hoy serían todos aquellos que son discriminados y mal mirados por nuestra sociedad, se apiada de él y le entrega toda la ayuda que necesita». Sin duda estos dichos ventilan una realidad que se da constantemente a nuestro alrededor: una vida espiritual enmarcada sólo en lo personal, que prescinde de las necesidades que viven nuestros semejantes, quienes merecen nuestra especial preocupación por el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, se cae en generalizaciones que conducen fácilmente al error y se hace uso equívoco de ciertas verdades de fe que van mucho más allá de una u otra situación concreta. En este caso particular, llama la atención que el Padre Berríos se sienta con la autoridad necesaria para llamar públicamente a relativizar ciertas normas morales de la misma forma en que lo habría hecho Cristo –verdadero hombre, pero también verdadero Dios- a ojos de los Maestros de la Ley, y que no comprenda que la Ley del Antiguo Testamento fue ampliada, complementada y perfeccionada –y sobre todo cumplida- por el mismo Jesucristo.

Una vez más quiero enfatizar en que jamás se ha dudado de la buena fe que pudo existir en todo lo que se dijo ese día. Incluso reconozco, como dije al inicio, que hay mucho en ello que nos entrega una valiosa enseñanza: la preocupación fundamental por el prójimo como camino de encuentro con Dios, o la constatación de que es en la Caridad donde puede resumirse toda la riqueza del mensaje que Jesús trajo a la humanidad. Ahora bien, no debemos ser frágiles ante las contrariedades que nos muestra el mundo y, como católicos, debemos asumir nuestra misión tal cual como nos fue encomendada: Un mandamiento nuevo os doy: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado.» Es decir, que la medida de nuestro amor a los demás no sean nuestras sentimentalidades pasajeras, nuestros imperfectos juicios, o acaso las posibilidades u obstáculos que presenten los tiempos en que nos tocó llegar a la tierra, sino más bien el ejemplo de un hombre que entregó su vida por nuestros pecados (sí, por nuestra infinitas imperfecciones) y que dejó en el mundo una herencia eterna, su Iglesia, que es su mismo cuerpo, y que está fielmente encausada por los caminos muchas veces incompresibles del Espíritu Santo.

Por Cristián Loewe Valdés

TOMADO DE: http://www.scholaveritatis.org

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